miércoles, 21 de julio de 2010

Ese corazón que explota:

Yo de fútbol sé: el gol, el penalty y el saque de puerta y… ¡Ah! Las tarjetas amarillas y rojas.
El fuera de juego y la falta aún no lo veo muy claro.
Lo mismo que yo deben saber el 80% de las mujeres y gente mayor que estuvieron en la manifestación en la que, ni la derecha ni la izquierda ni los sindicatos ni los provida discuten las cifras.
Habla de millones de asistentes y el que te escucha siempre dirá: o quizás más.
Por fin empezamos a ponernos de acuerdo en algo. La cifra exacta es: toda España.
Y que nadie me replique. Porque, ¿han contado a los que estuvimos viéndolo en televisión y con el corazón puesto en la calle?; ¿y a los que sólo disponían de la radio?. Lo dicho, toda España.
Y ¿a quién se le ocurrió decir tres veces “soy español”?, ¿se calló alguno?, ¿a alguien se le ocurrió decir que era una obviedad y no había necesidad de repetirlo?. Ni uno. Toda España estuvo de acuerdo en que somos españoles. Todos empujamos en la misma dirección: a la portería enemiga.
Y…cuando todos remamos en la misma dirección…cuando todos tenemos el mismo proyecto y el mismo entusiasmo… Los resultados ya se han visto.
Quitado el entusiasmo, aparcada la euforia Y vuelto a poner el traje del raciocinio, es imposible que una patada a un balón, dada por un jovencito no muy alto (evito decir bajito) y con la cara más blanca que he visto en mi vida despierte a un pueblo dormido, hundido, anestesiado, conformado y triste.
Creedme, esa pelota no entró en la red: esa pelota dió de lleno en la conciencia de un pueblo que sesteaba. Un pueblo que había olvidado quiénes somos y de dónde venimos y a dónde vamos. Un pueblo que sabe luchar contra los que intentan sojuzgarnos, dominarnos y ningunearnos.
El “soy español” estaba latente en nuestros corazones. Y nadie se atrevía a decirlo. Nuestra bandera la llevamos muy dentro desde siempre y nadie se atrevía a ondearla.
Y los gritos de júbilo estaban atascados entre esta ruina moral en la que estábamos cayendo, y bastó una patada de un muchacho de Fuentealvilla para sacar a flote todo lo que estábamos reprimiendo.
Siempre hay un alcalde de Zalamea, siempre hay una Agustina de Aragón, siempre hay alguien que despierta a un pueblo dormido y triste.
Hoy se llama Andrés Iniesta y es manchego.
Como yo.


Ysabel Monteagudo Gandía

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